AMANDO A BING CROSBY
Mi padre atesoraba viejos discos de pasta.
En uno de ellos, Beniamino Gigli
le cantaba a su madre asegurándole
que nunca más la abandonaría.
En otro, Azucena Maizani o quizás Mercedes
Simone,
con voz quebrada lanzaban
su DONDE ESTAS CORAZÓN…
Pero papá, merodeador de casas de remate,
un día volvió con ése entre las manos.
Y desde entonces, con prolija mesura
lo depositaba en la bandeja del lustroso
combinado,
y la voz de Bing Crosby surgía
derramando velas rojas en el crepúsculo
de nuestras tardes los domingos.
De 78, de 33, de 45, un día
los discos de papá se fueron yendo
quien sabe hacia adonde…
Hay algo más triste
que desarmar una casa muerta?
Fragmentos se dispersan,
cuadros, muebles, libros y vinilos
parten con rumbo desconocido.
No pueden recuperarse,
se han mudado a una patria inaccesible.
Solo su perfume persiste
encerrado en el misterio de las neuronas,
se filtra como un gas tibio y adormecedor
y reivindica sin pausa su absoluta
eternidad.
Desde allí, todavía escucho a Beniamino
Gigli
y suena el estribillo de ese tango
que no sé cuál de las dos grabó.
Desde allí, la voz de Bing Crosby,
como una herencia sólo a mí destinada,
sigue derramando
la luz de sus velas rojas
en el crepúsculo de mis domingos perdidos.
© Teresa Gómez
ResponderEliminarGracias querido Gus... Un abrazo enorme! Teresa Gomez