« La
incredulidad de Santo Tomás»
¿De verdad
te parece un pecado tan inaudito
pretender
que me acaricies,
como si
fuera la única razón válida para estar en el mundo?
¿Qué más
tenés?
¿Cuál es
ese tesoro tan costoso que yo no sé apreciar?
¿Por qué no
confías en lo que dicen tus dedos al tocarme?
Porque lo
que dicen, te espanta.
Dicen algo
acerca del sudor
algo
sobre la
tensión de tus muslos
al
deletrear mi saliva
Algo que se
te vuelve indescifrable,
cuando lo
ponés a caminar
como a un
ratón
en el
laberinto de escudarte en el axioma.
No es por
ahí, hermano.
Yo no
entiendo nada de la supuesta lógica del mundo,
si eso te
hace más feliz.
Nada.
En
absoluto.
Sólo cuento
con el coraje de quien supo,
a temprana
edad
que todo es
una enorme mentira.
Alguien le
dice al oído:
lo que
tocás, es cartón
y los
juguetes se le vuelven opacos de golpe.
Sigo siendo
ese pibe,
de manos
agitadas,
que corrió
el follaje para ver qué había
del otro
lado de lo humano.
Ese nenito
tembloroso,
que juró
ante el Dios que le habían impuesto,
hacer del
espanto,
artilugios
de colores
para
iluminar el bosque de los otros.
Soy
aunque no
quieras
un error de
redacción
en la
historia que querés contarme
acerca de
la vida.
Yo no vine
a este pantano a enseñarte nada.
Traje
apenas
un cuerpo
dañado
algo de
fuego
el plano de
una trinchera
no sé
cuántas preguntas
Eso es todo
lo que tengo.
Eso,
y esta boca
que no para
de abrirse
como una
flor vistosa
que ya
nadie mira con fascinación.
© Gastón Malgieri
"No es por ahí, hermano"
ResponderEliminarClaro que no. El poeta y el poema, gracias! Lo dicen.
Quien quiera oír, que oiga.
Verónica M. Capellino