3/6/21

Texto de Verónica Pérez Arango

  


En el armario del baño guardás el bolso que usaste entre los 25 y los 50 para ir al Club Villa Devoto. Algunas veces te acompañé, deambulaba solitaria por las instalaciones vacías. Nunca vi a nadie, salvo a vos y a tus amigos en la cancha de tenis, donde el sol les resaltaba las aureolas de polvo de ladrillo en la ropa blanca de algodón. Ahora que lo pienso había algo de irreal en ese club abandonado con solamente ocho o diez socios. Mientras te miraba jugar al tenis, arquear la espalda hacia atrás para pegarle a la pelotita en un saque perfecto, imaginaba que otros llegarían para usar la pileta capaz de irradiar cuerpos de bronce, la confitería señorial, la cancha de bochas, el frontón, los corredores largos y frescos con olor a cloro de la zona de los vestuarios. Hoy el bolso de cuero es una boca desencajada donde se mezclan modelos antiguos de zapatillas Topper, talco, muñequeras de toalla, chombas vetustas, suspensores agujereados y pelotitas de tenis con un dejo de perfume a pegamento.

 

© Verónica Pérez Arango

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