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29/5/21

Poema de Lidia Vinciguerra

 


Me siento tan solitariamente sola sin la voz de mis hijos.

Si acaso esa soledad me atravesara,

sería capaz de perderme en el mundo.

Y hasta en las cocinas que nutren panes y cebollas.

Vagaría la soledad también en el cuarto de los recuerdos

y si en el día de los credos aún no han cantado,

si no han dejado su murmullo en mi frente

y si todavía no he notado

ese ir y volver de convincente andar por los clubes

y teclados y búsquedas en Internet

amaría, como amo, los mensajes de sms y los email

la música alta y sus miradas de ojos a ojos.

Claro que el siglo contrae el tiempo de padres e hijos.

Este escrito fechado en la segunda década de un siglo

en donde el mundo pronuncia su destino

de horizonte y vaga dudoso,

entonces será también incierto que alcancen a leer,

mis hijos,

este boceto de melancolía.

Pero con diez minutos de sus voces que amparan

una soledad poblada de panes con verdines

y cebollas con raíces tardías,

se volvería menos austral.

Esta madre, se quitaría entonces los trajes

que alivian del frío,

con sólo diez minutos de sus voces. Esta madre, se apagará algún día

trasvasada por canciones

de un coro de voces de hijos en la cocina,

amasando panes en diez minutos,

entre abrazos de diez minutos

y cortando cebollas que atraen lágrimas, porque sí.

Y pensar que esta imagen de soledad,

finalmente, canta en diez minutos

una mitología de saudades.

 

                            A mis hijos, por supuesto

 

© Lidia Vinciguerra

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