La vi
dormir. Cada centímetro suyo inescrupuloso, cada complejidad. La sentí dormir.
Como una nube de encajes o una red, el pelo desordenado entrecortaba el pudor
perfumado de su nuca, librándose a su propia fortuna las puntas finales, entre
los dos trapecios desnudos de níquel y
mi respiración. Las palabras resultan oscuridades al intentar describir el
acontecimiento verdadero. No hay voz ni idea que pueda mecanografiar tan rápido
la mirada; las curvaturas anárquicas y
magnéticas; la belleza astronómica que vive en las coordenadas
cambiantes; nunca hubo una palabra capaz, no la hay. Sentí su pecho expandirse
despacio, tímido y por momentos azaroso; como una incógnita, impredecible,
dedicándose cada tanto a liberar palomares; y empujando contra mis manos, aún
dormidas y desde algún designio de la naturaleza, las sensuales corolas de sus
senos como flores. Y corregía
inesperadamente, sin pautas y con el sigilo de algo que se ignora, la
órbita de su hombro, como la de un satélite o un faro. La vi dormir. La vi no
estar; preguntármelo; como si se perdiera debajo de su propia piel; hundirse,
no sé, desaparecer con toda su quietud; irse quizás sin saber si era jueves o
qué; abandonar el almanaque; como si se saliera de la vida un rato; como un
humito que vacila llevándose consigo la
risa de su último estremecimiento. La vi no estar, casi como un sueño, mientras
yo caía muerto de amor dentro de su silencio besando su espalda. La vi dormir,
como existiendo a medias y bajo mi cuidado. Me pregunté, acaso, dónde estaría.
Pero su mano, que no era otra mano sino la suya, no dejaba de agarrarse
con insistencia de la mía.
© Leonardo Vinci
Excelente! Belleza sublime, alta poesía. Gracias! Alfredo Lemon
ResponderEliminarLa sublimación del momento. Muy hermoso. Gracias.
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