Poema de Sonia Rabinovich

 

 

Querido hijo,

ayer tu padre habló desde unas cabinas al borde de la playa

y no pudo encontrarte,

mientras tanto sacábamos fotos junto a tus hermanos

porque las gaviotas invadían la extensión de la tarde

y cómo desperdiciar su inercia aceptándonos al lado.

En una esquina de la playa descubrí un desgarro

(yo siempre encontrando la mala hechura de las cosas)

y tiré, sacudí como una sábana

toda la arena hacia el mar

todo tragándolo el agua

y al descubierto, hijo,

cada herida mal cicatrizada

(¿Por qué esa necesidad de estar siempre todos juntos

lamiéndonos las llagas?)

Incliná la máquina, le dije,

y Ariel que preguntaba el porqué de estas fotos

que me gustan distintas, de otro ángulo,

mientras mantenía derecho el encuadre y apretaba.

Cómo explicarle que así tal vez,

resbalara de la foto una gaviota y te rozara,

que así tal vez, llegara una pluma hasta la orilla

donde ese día no te encontramos

para acercar tus ojos de mar

a tanto mar extraño.

Un loco cruzó arrastrando su frazada

por el bulevar marítimo de Santa Bárbara

mientras movía los brazos y gritaba,

entre tanto una corvet blanca

hacía soñar futuros millonarios a tu hermano

y tratar de explicarle que con los fríos verdaderos

tal vez le cubriría más al mendigo la frazada.

Después nos fuimos, claro,

estábamos de paso, igual exacto en este mundo

que el de la corvet

y el loco que cruzaba.

Solamente  quedaron las gaviotas

esperando quizás que alguna cámara

les descubra su misión sobre la playa.

Te extraño como loca, eso es todo

nunca supe explicar nada demasiado.

 

© Sonia Rabinovich