Camino de
la escuela
Caminábamos
casi diez cuadras
por
inciertas veredas,
muy
temprano, a la mañana.
El agua se
escarchaba sobre la superficie
de las zanjas
y nosotros
nos
asomábamos
peligrosamente
al borde
para
quebrarlo
con la
punta del pie.
El viento
helado en los ojos nos hacía llorar,
la nariz y
las orejas se nos congelaban,
pero nos
divertía sentir el frío y nos gustaban
las
sensaciones del invierno.
Como el
mate cocido con leche
del primer
recreo,
junto a los
chicos de un barrio
donde todas
las casas se parecían entre sí.
© Norma Etcheverry
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