TODO SEA POR UNA MINA
Tanto insistió en buscar hasta encontrar la
mejor mina,
que con el tiempo se hizo un experto
hablando con fruición
entre sus pares. Por él, yo que de minas
nunca supe nada,
aprendí que dependían de los materiales con
los que se fabrican
para ser detectables, en cuyo caso
contienen un alto porcentaje
de componentes metálicos, pero las hay
también indetectables
y para ello habrán de construirse de
plástico o madera.
La avanzada tecnológica, me ha dicho, ha
permitido
la producción de minas con mecanismos
de autoneutralización, que al cabo de
cierto tiempo
dejan de funcionar, incluso algunas tienen
un dispositivo
de autodestrucción mecánico, químico o
eléctrico
que, llegado el momento, las hace detonar.
A todas estas se las conoce como minas
elegantes,
aunque a él, claro está, le gustan aquellas
que lo ponen en riesgo y hacen que valga la
pena
lo aprendido con tanta dedicación donde no
hay dudas
de que es el cuerpo lo que está en juego, y
en ese acto
puede estar yéndose la vida. Para él, nada
habrá
más seductor que sentir la precisión del
cuerpo peligroso
y su elocuencia mortal y tentadora.
Todo sea por una mina, nos ha dicho. “Que
no haría
por ganarle a una Claymore, cuerpo caro si
los hay”,
remarca como quién está hablando de lo más
deseado
de una fiesta. “No te olvides que el
objetivo principal
de las minas es el de encauzar y retrasar
la marcha
del enemigo, pero ofrecen además la ventaja
de producir víctimas. Esta capacidad
también
tiene un poderoso efecto desmoralizador en
las fuerzas
oponentes que impedirán su acceso a ciertas
zonas,
concentrando su acción en áreas donde
habremos
de atacarlo con muchas más posibilidades de
dominación”,
sostiene como quien es un maestro en
táctica y estrategia,
y en mi caso se diluya porque lejos estoy
de sumarme a los teóricos de la guerra.
Pero vaya una advertencia si de juzgarlo se
trata,
más que un belicista, lo suyo es el
indudable caso
de un vulgar y desenfrenado fetichista.
© Patricio Emilio
Torne
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