El olor de los eucaliptos
Mi hija y yo
salimos a caminar,
por la mañana.
bajo la sombra de los eucaliptos.
Huele, le dije,
a vapor medicinal.
Ella se rió.
Y le conté de las horas en vela
con los cuartos ahumados
por la tos de los hijos,
de mi madre y el tarro sobre un calentador
horas y horas hirviendo una tisana ardiente
cuando mi hermano
se rompía el pecho
en el intento de respirar.
Mi hija escuchó.
Su paso acompasaba el mío.
Hay tanto que no sabe aún,
pensé.
Apenas si dejó los dieciséis
y mira al mundo con asombro,
como el que se va de vacaciones
cada día
a un lugar distinto.
Yo también tuve alguna vez mis dieciséis
y era fresca
y poderosa,
y
todo el universo estaba abierto para mí.
Todos deberían ser felices
a los dieciséis
porque son chiquitos, todavía,
y no saben mucho de las cosas más
elementales,
como la fiebre de los hijos
o pedir ayuda a tiempo.
Debería existir una ley para cuidarlos
de la crueldad
que ronda en cada esquina,
y es más monstruosa que el ogro de los
cuentos.
El mundo
debería cuidar de los pequeños,
para que puedan andar
por las calles
ocupados en vivir
con los ojos abiertos.
© Mariana Finochietto
Bellísimo Mariana!!
ResponderEliminarUna voz nueva hablando de experiencias viejas, con serena sonoridad.
Susana Giraudo
Muy Bello, aún recuerdo el aroma delos eucaliptos ardiendo , sanando el aire
ResponderEliminarFlora L