Poema de Hugo Francisco Rivella

 

EN EL CALEIDOSCOPIO SE SUEÑA EMILY DICKINSON

 

Me paro aquí, no avanzo.

Demasiada tinieblas en la rosa, un desierto es el ojo del ciego,

la espalda una cruz que va doblada como buscando un círculo infinito.

Me busco atrás del grito, en la primera sangre de mi madre,

los andenes del viento,

el boceto de un cuadro de Quinquela con sus barcos amarrados al Riachuelo,

las manos transparentes de La Tour y el solo de violín

Fantasía para la cuerda en sol con el que Paganini deslumbraba a Dios.

¿Hay algo más impenetrable que la nada?

¿Por qué vivo?

¿Qué es la eternidad?

El tiempo entonces es un continuo presente.

La lucha es infinita, trágicamente eterna como dice Manuel el Cabral.

 

Me paro aquí, no avanzo.

 

¿De qué clara materia es este hueso?

¿El huésped que arremete con la sombra?

¿Las huellas sobre la playa que Alfonsina  fue llenando poco a poco de mar?

Los otros días golpeó a mi puerta un loco:

-¿Qué buscas?- Le dije

-Busco mi corazón- respondió y se quedó en mis ojos.

Sentí su aliento enajenado, los dientes,

el trapecio en el que se columpia mi tristeza,

las callejuelas donde la pobreza rompe la esperanza.

 

Me paro aquí, no avanzo.

 

Exijo la presencia de Roberto Juarroz, sus lluvias verticales,

la celda en la que Miguel Hernández desamanece cada día.

Asumo en mi costado la herida y la llovizna que precedió al Diluvio,

la manta que tejió mi madre con los hilos del alma

y el rostro sin rostro desollado en Ayotzinapa.

¿Qué demonio ata mis palabras?

¿Lo lleva por la senda en la que Gide tienta a la razón con la caída? 

¿Me encerraré a vivir tras de la puerta de un cuarto con mirada a mi misma?

¿La casa de mi padre como una isla en donde el fuego piensa?

¿Vestiré de blanco como la hoja en donde escribo

Porque no pude detenerme ante la muerte?

 

Inicio este monólogo frente al mismo rostro que desconozco

 

o me ha sido negado

 

© Hugo Francisco Rivella