Desvestirte lentamente, sin que sueltes la
rosa; con la más completa suavidad, y descaro. Tirar lento de cada hilo, de
cada cinta sedosa o encaje que comprime apenas tu cuerpo. Deslizar los dedos,
mi carne, yo mismo en cada falange corriendo entre tu piel, la más tierna
trayectoria que he conocido, y la textura ajustada y erótica de la filigrana
prensil. Así es como te desvisto yo, sin saber, sin haber aprendido nunca nada,
hasta dejar tu alma desnuda sobre la mesa, incandescente, trémula como la llama
de una vela; como una poesía pensada gota a gota en el invierno, entre
manotazos de libros y vinos agrios, y almanaques que truecan óxido por níquel
en tu perímetro. Perfume; sonido de roces girando en la atmósfera, aliento que
se oye, palpitaciones. Y volver repetidamente a tus ojos, a cada instante a tus
ojos imprescindibles; para retornar a la piel que se eriza, y otra vez volver;
y así, hasta llegar al todo.
…Y doy, una de mis piedras, preciosa…o
guijarro de nada, por saberte. Dos, por mirarte. Tres de esas, por tocarte. Y
toda mi montaña, entera, este territorio que es lo único que tengo y nada más,
por estar dentro de tu corazón; antes de hacerme yo mismo piedra, y después
polvo.
© Leonardo Vinci
Gracias siempre, Gus. Un gran abrazo.
ResponderEliminarAlto erotismo en esta poesía sutil, de pinceladas precisas, muy sugerente, se siente, puede olerse! Además muy justa la ilustración de Gustavo. Gracias! Alfredo Lemon
ResponderEliminar