VALS DEL
ÁNGELUS
(Valses y
otras falsas confesiones, 1972)
Ve lo que
has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a
las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.
Ve lo que
has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que se traga sus lágrimas
y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del
año.
Así te he
visto, vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes,
arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los mataderos.
Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla –Jules te llamabas
ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia, de
tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza
México.
Formidable
pelele frente al tablero de control; grand chef de la desgracia revolviendo
catástrofes en la inmensa marmita celeste.
Ve lo que
has hecho de mí.
Aquí estoy
por tu mando en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con
gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.
Mira mi
piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi
vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre
que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.
Escucha las
trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol
es de hielo, todo cielo es de piedra.
¿Qué más
quieres de mí?
Quieres que
ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la
tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que vende
a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que
siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que
enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe
amar como a si mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí.
Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados.
Tu imagen
en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.
© Blanca Varela
[La
sinagoga]
La sinagoga
convertida en matadero,
el pan en
estropajo, el Nilo en sangre,
la campana
en gemido del ganado,
los libros
en ceniza y herradura.
El agua
convertida en vidrio enfermo,
la pared en
sudor y reservorio
donde
tiemblan cordero y matarife,
la sala de
oración de las mujeres
en despensa
de carne desollada
que gotea
despacio su temor.
Y la llave,
expulsada de su puerta
–el dintel
ojival que abría el mundo–,
expulsada
también del yunque ronco
y la herida
esponjosa en la que el barro
arrancó su carnaza
y compasión,
arrojada a
su veta de metal,
carbonato
insoluble, enfebrecido
que escribe
soledad en otras lenguas.
Umbrales de
la llaga. Cerraduras.
en Valencia de
Alcántara
en la diáspora
© María Ángeles Pérez López
Al asombroso poema de Blanca Varela, orgullo para todos los americanos, nos dejás un poema no menos bello. Te felicito. Isabel Llorca Bosco.
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