Signos
Herméticos
I
La partera
no pronunció mi nombre
cuando nací.
Sólo gritó
mi sexo
como un
color
como una
nota.
Luego se
dedicó a trizar el abandono
con tijeras
enormes
con una
piel de ruiseñor
en sus
hábiles dedos.
II
Yo no llamé
a mi madre
no podía
decir
no podía
rezar
no podía
cantar.
Veía un
agua azul
un agua
gris
verdosa
cosas que
se borraban con su cuerpo
atavíos sin
libertad para elegir.
© Elizabeth Azcona Cranwell
(Buenos
Aires 1933-2004)
Al entierro
del perro va mi padre
y detrás de
mi padre mis seis años
y arriba de
nosotros va la noche
con su
cabello lacio sin estrellas.
La
linterna, la pala y el dolor
hurgan
perdidos en la noche oscura.
Mi padre
cava un pozo mientras lloro
y el perro
ya no muere, se está quieto.
El pozo es
hondo, la tristeza es honda
y el animal
parece que flotara.
La tierra
es una boca gigantesca
ávida al
fin de su ración de carne.
El perro
hecho un ovillo, ya en la manta,
se hinchó
de lejanía y de sosiego.
Una hormiga
se adentra en el hocico
y comienza
su viaje temerario.
El perro
entra en la tierra. Con mi padre
entramos a
una zona de dolor.
A un
costado, la pala tiene sed
la
linterna, a tientas, busca el agua
que anidaba
por los ojos del perro.
El pozo es
húmedo y profundo. Duerme
el perro.
Mi padre descansa. Lloro,
mi llanto
es sin consuelo porque entiendo
que la
muerte me espera al otro lado.
No se puede
escapar. Nadie se escapa.
La tierra
hace un trabajo de silencio,
come huevos
de luz, bebe la sombra.
Llega el
momento de tapar al perro
palada tras
palada va mi padre
tapando las
costillas de la muerte
escupido de
dios va construyendo
una memoria
de sal. Un ladrido
humano.
Muñón de sol tierra adentro.
El perro
vive en nuestros corazones
pero
entonces, si vive y se despierta
¿cómo podrá
salir de entre la tierra?
Mi oreja en
el piso busca escuchar
el latido
del perro que despierta
pero el
perro está muerto y el silencio
lame mi
corazón con su cuchillo.
Ya no hay
nada que hacer, ha terminado
la labor de
mi padre. Muerto el perro
enterrado
en el centro de la tierra
resta
cerrar los ojos y olvidar.
Volvemos
con la pala y la linterna
nos lavamos
las manos y la cara.
Un beso en
la mejilla y a dormir.
Me duermo.
Sueño y en el sueño el perro
me habla de
las flores y los frutos.
Luego se
pone serio y se pregunta:
¿Qué
vas a darnos tierra, tu silencio?
Yo lo miro
correr entre las nubes
él repite
preguntas, las responde
luego llega
hasta mí y me amonesta:
este país
se hunde tierra adentro
en tierra
está enterrado, lo velamos
y el olor a
podrido nos asusta.
Recoge la
linterna, sin tu padre,
alza la
pala y cava, cava un pozo
en el medio
de la noche y llora.
Busca un
hueso de luz. Deja la sombra
no es el
momento de enterrar los huesos
ahora es el
momento de buscarlos.
Toma la
pala y cava. Cava, cava
hay un país
adentro de la tierra.
Cava.
© Leandro Calle
Dos poemazos!!!
ResponderEliminarCarlos morteo
Hermoso tu poema Leandro , lo recuerdo y siempre me conmueve.
ResponderEliminarDe la gran poeta que fue Elizabeth Azcona Cranwell, Jorge Luis Borges dijo: "su poesía parece dictada por dos pasiones: la de sentir y la de comprender lo sentido". Del gran poeta y columnista que es Leandro Calle, Jorge Boccanera ha dicho: "la fuerza de su poesía está íntimamente enlazada a la atención que el autor le presta a su entorno, es decir, a su calidad de observación." Bravo! Coincido y celebro! Bendiciones! Alfredo Lemon
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ResponderEliminarOh, bellos poemas de Elizabeth, profundos, sensibles y en este poema tuyo Leandro, me hace sentir que Nif ha regresado un poco. Para volver hacia otra cosa, igual de sensible. Hermoso
Lily Chavez
¡Qué bueno el poema de E.A.C.! Y el tuyo, Leandro, me llenó de tristeza porque recordé a mis perros adorados que se fueron muriendo a lo largo de mi vida y están enterrados en el jardín.
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