TERROR EN
LAS TERRAZAS
Entonces
decidí dar la batalla.
Noche,
cúbreme –dije-. Oscuro el labio,
altas las
manos sobre la ciudad.
Ella había
nacido de mi espalda,
a veces
reconocía mi sangre
y me
llamaba a gritos en la sombra
con el
nombre del día.
Pero además
participaba –denso el mirar-
de los
horrores helados de la ausencia,
destruía en
secreto la respiración de los barrios
unida al
miedo de granito.
Abría las
manos como un libro
de fuego:
ardían los árboles dormidos;
abría
palabras sobre mi pecho:
“siriríes”
y se hundían las islas
fronteras
absortas en el grito;
“piedras” y
el veneno inmemorial
bajaba por
los jueces
“nube” y se
secaba el vientre de las madres;
noche
–grité- cúbreme, cúbreme;
“semillas”, bebían los niños en las cloacas;
“pañuelo”,
volaba el estupro en las campanas;
“azul”,
fusilaban obreros contra el cielo;
“oro”, se
erguía la sal; “heliotropo”,
descendía a
los túneles la sangra;
“sueño”, se
quebraba la música;
noche
–gemí- salta, cúbreme ahora.
Ella surgió
entonces de mi espalda
-quería a
voces reconocer mi sangre-.
Llamándome
a gritos en la sombra
con el
nombre del día,
en medio
del terror cantó mi muerte.
Entonces
decidí dar la batalla.
© Aldo
Oliva
(1927-2000)
AGUA DE
NOCTURNA ESTEPA
Agua de
nocturna estepa,
de innovada
urdimbre material
dulcifica
las telas al ras de los aparecidos en trópicos
dulcifica
el incendio de las islas
los
ideogramas de humo que manan del fondo del espejo
y dulcifica
la hoguera, una campana
que tiene
labios de selvas palúdicas
para
aprender las morosas vocales,
para que
los seres de maíz
asomen sus
ojos profundos
a la punta
de mi lengua, enarcada
de nieblas,
de pantanos elementales,
Y la alas
de la mosca deja florecer
retumbando
en el tiempo si cantan
y
descienden la cabellera del mundo:
porque
quién sabe
qué hay bajo nuestros pies
quién sabe
cuántos días bajo la tierra
debe
permanecer el sol para hablar
con
lagartijas de un bosque de cristal
y de
espantables tierras
(Y aunque
aprenda su lengua,
que tanto
irías a reírte,
me pregunto
mientras veo el otoño
derrumbarse
por la ventana que me separa
de un
eventual fin del mundo);
porque
nadie va a rumiar como nosotros
las vocales
que se pronuncian
como
luciérnagas,
como
puntitos de luz suspensos
del otro
lado del vidrio;
porque
nadie, nadie,
agua de nocturna
estepa
sabe como
nosotros
vimos la
estrella
y nos
llenaba la boca
el cuenco
de la cabra
y su agua
desorbitada
al fondo de
los pantanos,
donde casi
siempre
éramos esas
luciérnagas.
puntos
ingrávidos
entre el
silencio y la sombra
© Ariel Ovando
Grandes poemas. Abrazo.
ResponderEliminarDarío Oliva
Magistrales, felicitaciones por la elección, agradecida por poder leerlos. Marta Comelli
ResponderEliminarMuy interesante los poemas.
ResponderEliminarEl de Oliva y el tuyo.
Ana Romano.