El correo
es un edificio demasiado majestuoso
para un
pueblo como Ciruelo.
Tan
majestuosoque crece un silencio raro
a su
alrededor.
Nos
volvemos vulnerables, nos contamos
la infancia
—estrella por estrella —
detrás de
una columna.
Las letras
manuscritas de la memoria.
Las
incendiamos como si fueran hojas de otoño
en nuestros
países, para quedar como forasteros extraviados
otra vez:
forasteros de ojos locos, tiempo sin tiempo,
condena forzosa a padres mudos.
En tu casa
el mar.
En la mía
el río.
Y el sol
orfandad en las tardecitas.
Y nuestras
cartas con el mundo
y las
ramitas de saúco para el té.
Nuestra
desmesura, en la habitación renegrida
por el humo
de la estufa a kerosén,
donde calcábamos los mapas.
El olor a
tristeza que no se va.
© Paulina Vinderman
Qué hermosura. Verónica M. Capellino
ResponderEliminarLa belleza sutil de tus palabras en el recuerdo, la nostalgia, tu ser sensible y delicado. Y "el olor a tristeza que no se va". Poeta enorme, gracias por tu obra reunida por Alción Editora, "Tocar el cielo oscuro". Alfredo Lemon desde Córdoba
ResponderEliminarHermoso, bellísimo poema, Paulina, con la ternura de una tristeza que aún golpea. Abrazo, querida poeta!
ResponderEliminarMuy hermoso.
ResponderEliminarQuerida Paulina, separación, paisajes diversos y vos, siempre afecta a esos suaves contrastes. Én esta rara unión me afecta el final, "el olor a tristeza que no se va". Un abazo y siempre te leo.Isabel Llorca Bosco
ResponderEliminarBellísimo
ResponderEliminarImpecable, como siempre tu poesía.
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