Cuando
había tormenta
se tapaban
los espejos.
No
entendíamos por qué.
La madre
temerosa
los
ocultaba con lienzos,
con
manteles.
Un mediodía
el viajero
nos dijo
que
cortaría los vientos
y la
lluvia.
Tomó un
puñado de sal gruesa
y salió a
la intemperie.
Con la mano derecha
hizo una
cruz de sal
en el aire.
Todos
estábamos quietos,
esperando.
Y fue
silencio.
Y creo
que pasó la
tormenta.
© Susana Cabuchi
Imágenes que te transportan. Bello
ResponderEliminarFlora levi
Dulce poema, hermoso, donde el mundo secreto de fantasías y mitos se cumplen en el afuera, por lo que mundo interno y mundo externo son sólidos, esperanzadores y creíbles.
ResponderEliminarclelia bercovich
He aquí la precisión del relato poético de un ritual que hasta hoy se hace para conjurar la lluvia. La artesanía de tu estilo te distingue querida Susana! Tu trayectoria te respalda como una de nuestras voces más importantes! Alfredo Lemon
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ResponderEliminarSiempre (vaya a saber la razón) tu poesía me trae retazos de lo vivido. Tengo un poema donde también está la tormenta y los espejos cubiertos. Tal vez, digo, estemos ligadas (además del cariño) por vidas similares. No sé. Lo que sí sé, es el placer que me da cada vez que te leo.
Lily Chavez
Bello...me encanta tu poesía con esa cualidad de volver a aquellos ritos que dan significado a la vida.
ResponderEliminarUn gran abrazo
Juany Rojas
tan cierto, poema que pone al resguardo nuestros recuerdos, nuestros temores, nuestros espejos de la infancia
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