EL VELORIO
Algo malo
iba a pasar,
lo
anunciaron toda la noche
los pájaros
de mal agüero,
ahora los
vecinos, mudos,
se sientan
a la sombra de los árboles
que rodean
al rancho.
Todos
hablan como en secreto
sobre las
últimas horas del niño muerto.
En la pieza
más grande
está el
cajón
forrado en
una tela negra.
Dicen que
lo trajo
el mismo
presidente de la comuna.
El cuerpo
flaco
y
desvalido, sin mortaja,
está
tendido con su palidez
y las
ropitas recién lavadas.
Aquí hay un
pibe muerto
que hasta
hace poco
jugaba con
nosotros.
El olor de
las flores tapa
el olor de
las velas,
pero el
olor de las dos
no alcanza
para tapar
el tufo que
atrae las moscas.
Yo aguanto
la respiración
para que el
alma de ese ángel
no se meta
en mi cuerpo.
Desde la
cruz,
Cristo
tiene los ojos cerrados,
y la sangre
seca
sobre su
cuerpo de yeso
nos
recuerda que él sufrió
mucho más
que el muerto;
que este
niño ya debe andar
por los
jardines del cielo.
En un
rincón,
la madre y
la abuela,
lloran silenciosas
a la espera
de otro saludo
que les
libere el llanto.
Alguien
viene a sacarme
de este
extraño encantamiento
con el
dolor,
y me dice
que ya está,
que vamos a
casa.
Caminamos
sin decir una palabra,
mientras
pienso
que si no
fuera por la pobreza
la muerte
no sería todo esto.
© Patricio Emilio Torne
Excelente texto. Me gustó mucho. Denuncia sin aspavientos, e integra en armonioso conjunto lo bello de la expresión poética, lo bello del compromiso con la realidad y la belleza de la ingenuidad infantil en el alma adulta. Gracias. Adriana Dirbi Maggio
ResponderEliminarVerdaderamente un excelente relato poético. Adhiero al comentario de Adriana Dirbi Maggio que estimo muy preciso en su interpretación. Siento en tu voz, un eco de Pavese. Me gustó. Gracias! Alfredo Lemon desde Córdoba
ResponderEliminarDuro relato alta poesía.
ResponderEliminarTan duro como excelente y real.
ResponderEliminarJuan C. Rodríguez