Fui
viviendo como en un tiempo maleable, cual elástico,
juego de
niños.
Nada
parecía importante ante la violencia de la sombra.
Noche tras
noche, me corría durante el sueño.
Existía el
implacable,
podía doler
y corroer hasta el hueso.
Yo era más
rápida que la luz ante el peligro.
Una vez me
alcanzó,
me agarró
sumida a morfeo,
fue como la
herida infectada por un gusano que no extingue
a pesar del
perdón.
¿Cómo podía
un individuo ser tan querido y tan temido?
Miedo.
Sembraba miedo
ante el silbato de un tren entrando a la estación.
Nunca quise
que partiera sin saber que lo había amado,
a pesar de
el.
Me parece
haber vivido la vida de otra mujer,
como si
aquellos días fueran historietas de una revista en blanco y negro
y prefiero
escucharlo en la nota del piano abandonado a un costado, como tantas otras
cosas,
o
recordarnos en el viaje que hicimos juntos a Buenos Aires.
El quiso
cumplirme un sueño
solo que en
sus manotazos por sobrevivir, enterró mi niñez.
La poesía,
los juegos bajo la hortensia,
los
primeros trazos de tizas sobre los altos postigos
fueron alas
para emprender el vuelo a este presente que lo recuerda
con un nudo
en la garganta.
Que una
canción de amor llegue a su descanso eterno.
© Patricia Corrales Marozzini
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