Él no
quería pensar imposibles,
por eso me
dio una bufanda
de lana de
llamas del norte.
Recibí con
cuidado
toda la
intimidad puesta en juego
sabiendo
que no iba a ser suave en la piel del cuello,
que no iba
a poder apoyarle mi boca,
que no iba
a regresar su trama
mareada y
blanda en mi perfume.
Él tampoco.
© Luciana Ravazzani
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