ATARDECER
DE INVIERNO EN LA QUINTANA.
Un sol de a
ratos niño ha rondado la casa
jugó a las escondidas entre los espinillos
tan frágil
su mirada que costaba encontrarlo.
De a ratos, anciano
cabello de ramas secas
casi una ausencia
Su calvario
de mostrarse débil acaba
cuando huye
en la montaña como una lagartija.
En postrera
bocanada se posa
en la cima devastada de los molles
cierra las
tranqueras del día
para que la noche
furiosamente fría
galope
incontrolable en el paisaje.
Majestuosa, única
bajo un
séquito de estrellas
en
tentáculos de sombras prodigará sus formas
en llamaradas de silencio enlutará a los
pájaros.
Su aliento rígido sobre pastos inermes
en los techos desnudos, en la huérfana tierra.
Al tiempo
que en el pueblo, fantasmales figuras
perforarán
el cielo hasta que el fuego calle.
Ya mañana
el sol, con su andar paciente
disipará en
los techos memorias de la helada
y
sabiéndose parte de una ínfima lluvia
caerá
derrotada la última escarcha.
© Jorge Ortiz
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