El santo
Bendito serás tú en la ciudad,
y
bendito tú en el campo.
Deuteronomio 28:3
Todos los días se levanta temprano
abre el libro heredado y ora a su dios,
sus ojos brillan con una luz extraña
mira al cielo con la certeza
de que un oído poderoso lo escucha.
Se pone sus botas y se amarra el machete a
su cintura
un poco de café y besa a la mujer noble.
Mientras camina
entre las matas de plátano
canta himnos
piensa tal vez en la muerte
en un cielo que es más que atmósfera
en ángeles y tronos blancos,
en un jardín santo
un árbol con hojas medicinales
y frutos de vida eterna.
Sus manos están rotas
y sus pies a veces tiemblan
cuando el dolor invade sus piernas.
Él ora y espera
ora y nadie responde.
Regresa a su casa con los dolores del
pecado
con la condena de su dios
con la marca en su frente.
El fogón apenas cuece la yuca
un poco de sal tal vez
un poco de agua é panela simple
para que rinda y mañana
sus rodillas volverán dolerle
y el dios volverá ignorarlo
pero la casa de madera
seguirá de puertas abiertas
al Dios que todo lo puede
y todo lo calla.
© Luis Pabón
Gracias Gustavo Tisocco por tu labor incansable de difusión.
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