Iba mi mente torpe
Enajenada por no sé qué cosas.
El pontezuelo y una algarabía
De mujeres casi niñas me distrajo.
Una de ellas, -sobre todo una
( y eran tres que bromeaban y reían
vaya a saber de qué secretos murmurando)-.
Y solo verla. La del vestido rojo:
Oh,
qué amanecer tras de la aurora.
Qué esplendor en la mañana tan inmenso.
Me falta el aire. Bajo mi mirada de
incrédulo
Y como temiendo romper un sortilegio
me detengo mirarla. Un segundo. Una miríada
de segundo
Sus ojos que devuelven la mirada.
Querrá el mundo seguir, y no lo culpo.
La mañana seguirá con sus torpes rutinas,
lo anticipo.
Mi vida ser perderá en estas calles, o en
el mundo.
Haré poemas, muchos, y ella en su marcha
Cada vez se irá apartando para siempre.
Joven y esplendorosa. Luz que temblando
Rasga la noche que era ceñida e implacable
Dejar a este poeta temblando
Al temblor de la luz que funda el alba.
Mírame hoy: artífice en el uso de palabras
Y ver que ella se va, muere, se evade.
Mírame tan vacío, sin elocuencias,
Volviendo a una escena ya vacía.
Mírame perdido hacia la noche.
Y su aroma y su luz, todo se pierde.
No se desmorone el recuerdo que la erige.
Y se rompa mi lengua
si no sabe decirla.
© Carlos Alberto
Roldán
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