Sin
embargo, nadie juzgaba a nadie.
Mi mamá hablaba muy seguido
con una vecina
que
cada vez que me veía
me decía que era el novio ideal
para su hija. La señora
estaba enferma,
y siempre en bata, no importaba si era de día
o de noche, y su
hija se había escapado.
A mí me alegraba cruzarme con ella,
verla atravesar su
propio nubarrón,
la neblina del polvo de sus pesares.
© Patricio Foglia
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