Pez de piedra dos
Hay una sola palabra
que puede cubrir las cosas
y amparar las luces
de vez en cuando.
Un viento acaba de ser,
una sombra se apaga.
Se diluye mi espacio en un recodo de
tiempo.
Los ritmos quebrados de mi sangre hacen que
calle.
No dejaré mi piel.
Será distinto acariciar cada trecho
recorrido,
desconocido.
En mis dedos
están las figuras antiguas
que nos engendraron.
En algún rincón de mi cuerpo
hay una herida hermética,
un dolor que se manifiesta como invierno.
Soy un animal desconocido:
mis pies,
mi lengua
rodean tu estatura.
Cuando abro la puerta
atrapo figuras amantes de la música.
Mi voz se quiebra,
se hace distinta del agua.
Mi papel se consume.
Mi cuerpo es de madera,
de metal,
de piedra,
de harapos.
Tengo cierta premura
por descifrar letanías de caminar lento,
de secretos precisos.
Todo parece
una gran sombra
reposando sobre tu palma.
Hasta las hojas que ya no caen extrañan su
lluvia.
No puedo destejer esta lentitud:
mi frente apoyada,
mi mano ausente.
Es el miedo.
Cada trazo
es como una bocanada de fuego,
como un rumor de agua turbia.
Un pájaro hiere las espinas,
conduce su mirada
hacia los médanos de la luna.
Es preciso amanecer pronto,
antes de perder los pequeños juegos.
Algunas señales
me despertaron la piel.
Cierro los ojos
y transito cada tramo de mi cuerpo,
palpando
una infinita oscuridad
que me ahoga.
Quiero oler una piedra lisa,
lamer el polvo de las ventanas.
Deseo poesía para mis dedos
para lavarme los pies.
Para desvestirme de mí
y hablarme de lejos.
Mientras yo te buscaba,
confundieron
nuestros ritos
con las flores dormidas.
Por ahora no deseo agua.
Las piedras de los ríos
forman galaxias y hoyos negros.
Hay murmullos que acarician la noche.
Hay flores atardecidas
que aguardan tu retrato
y discurren lentas,
diciendo nuestro nombre.
Nuestros azares
son de color indefinido
como los escombros que pueblan mis sueños.
Nuestros silencios
se callan para hablarnos.
Mi hambre es silencio.
Me llamo por mi nombre
y mi nombre pregunta por mí.
Prefiero una lluvia diferente.
A veces
el tiempo no alcanza
para lavarnos la cara
y rodear de besos la tarde.
Cuando la locura nos dice tic-tac…tictac
-como una bomba-
temo las palabras conmovedoras,
los pies ausentes.
Me refugio
en tu aliento liviano
y tu piel sin marcas.
Las letras se agazapan
como arañas transparentes
y no llego a comprender mis manos.
De barro
son los ojos que me invaden,
son de silencio
los pasos.
Este sol azul
que recorre el tiempo
es nuestro idioma solitario.
Y nos dice más sombras,
menos objetos delirantes,
más recuerdos.
He aguardado
un rostro labrado de días.
Sus alas se esfuman como agua,
como aire.
El humo está herido de voces.
Para besar las piedras me preparé un siglo.
No hubo lágrimas,
ni risas,
ni palabras.
Mi último espacio
ha quedado a expensas de lluvia.
Las antiguas sombras recorren el día,
pisando las hojas
de algún otoño olvidado
entre los trastos.
¿Cómo sabré reconocer mi fuego
en medio de tanto murmullo?
Vendrán los otros
a jugar con nuestros signos.
No vi nada
entre las hojas
que carcomen
los recuerdos de la tarde.
Sólo busqué entre mis huesos
un poco de tiempo.
Tu presencia de geranios
contradice este invierno de sal.
Será preciso
atrapar las miradas
que nombran
pájaros y piedras.
Hay días en los que soy un reflejo de agua.
Me descubro atrapando un papel,
rebuscando en la tierra un recuerdo
extraviado.
Hay unos ojos nuevos,
unas manos que ponen la piedra blanca en el
pétalo.
Es un sueño nacido de otro sueño.
No dibujo la palabra amor,
el amor me regala arena.
Arena
que se deshoja
a la caída de cada noche.
© Paura Rodríguez
Leytón
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