Nadie
olvida nada
A los
diecisiete
pisé por
primera vez
cagada de
perro
y comprendí
cómo era la
vida.
Nadie
aplastó una mosca
sobre las
camas de Kuitca,
en la
geografía de Afganistán
o Nueva
York.
Yo, por
amor
no
sacrifiqué ningún bicho,
nunca en un
segundo
de tormento
dije:
¡por qué,
Dios!,
si estuve
tan cerca
de cada
mosca posada
en la mano
que las espantó.
Ni desde el
rectángulo
donde morir
pude
pensar:
hacer de
cuerpo es
mezcla de sexo,
nacimiento
y enfermedad.
En:
Puros e
impuros /Extensos óleos
© Gabriela Schuhmacher
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