Uno presume, o más bien profetiza, sobre la concreción de
los encuentros. Esa quimera o mito de seguir con la mirada esos puntitos a los
que nunca se llega; o el famoso mapa del tesoro al que le falta un pedazo.
Quizás pactemos citas cada uno por su lado y con nosotros mismos. Casi me
parece ver a tus ojos como dos pájaros tardíos, dos rayitas de carbón
extraviadas y absortas allá, sobre el cielo anaranjado cerrándose como una
puerta. No se ve una ciudad con muchas luces desde acá, desde el puente peatonal
sobre las vías, como uno pudiera imaginarse; más bien sombras y algo de
alumbrado enredado en las copas de los árboles. Vengo seguido últimamente. Al
mirar hacia arriba todo parece en orden, lo inalcanzable siempre parece estar
ordenado; pero al bajar la cabeza, las señales que caen o suben con ruido
metálico y luces rojas, dibujan redes confusas entre los durmientes oscuros.
Pienso en eso de los encuentros, bajo una luz benévola; un halo que te ilumine
la cara de noche, que te recorte y separe de esta negrura, que te sostenga como
a una pompa de jabón en el aire, como las señales. Vengo y me paro en el medio
del puente a mirar; a esperar que ocurra el milagro: que coincidan ambos
trenes; que justo se crucen debajo de mí; que ese espacio ínfimo y necesario
que queda entre ellos los haga friccionarse con sus velocidades multiplicadas;
que se empujen y succionen; y que ascienda hasta mí ese viento que trae el
calor se sus corazones rugiendo, de sus máquinas vivas embistiendo cada futuro
inmediato; y que todo tiemble con ese ruido ensordecedor que pone a prueba el
delirio, en el que uno puede gritar lo que quiera, decirte lo que se me ocurra.
Y es en esa espera, que la noche, el puente y yo, nos mezclamos; el hierro
frío, el silencio, los remaches con sus cabezas redondas y hastiados; el olor
que se dispara a comida y refugio; el sueño de no dejar de sentir nunca tu
mano. Nos convertimos en una foto con poca luz, en una postal de sombras
distinta de la ciudad que te retuvo. Y entonces todo se asemeja a un corralón
abandonado, acopio, tardanza y oscuridad, mientras el mundo espera a ser
construido.
© Leonardo Vinci
Qué bello texto Leonardo...lleno de imágenes transparentes y luminosas, poéticas profetizando el o los encuentros...
ResponderEliminarGracias por escribirlo bajo esa "luz benévola", recortada de "esta negrura", y que nos sostenga como a "una pompa de jabón en el aire"..."vengo a esperar que ocurra el milagro",
Un abrazo, Montse Bertran