No era suficiente tristeza, ni tan antigua o violenta; más
bien que la tristeza no suele ser violenta en apariencia. La madrugada ascendía
húmeda, como apretada en la sordera del deseo, dentro de un mundo desquiciado y
ajeno. Y tampoco era el rechinar lejano de bicicletas rumbo a las fábricas. Era
la mañana repitiéndose toda y sin remedio, acaso ebria de oscuridad y escalones
partidos. Gritaba el hambre sus remolinos, congelaba sus pies en la vereda;
cuatro pisadas grandes, dos pequeñas. Junto a un perro, una valija y solapas de
cartón, un paredón entrado en años era la resaca de las luces alcohólicas de la
noche urbana; lejos, muy lejos del crujiente bastión de lodo y puerto.
© Leonardo Vinci
Hola Leonardo: logradísimo cuadro que nos llega por fuera y por dentro, por momentos me recuerda a las sensaciones que describe Roberto Arlt.Lo cotidiano,doloroso y tierno: "el hambre" con "sus remolinos", "cuatro pisadas grandes dos pequeñas", "un perro, una valija y solapas de cartón". Tu poesía nos grita un pantallazo de "tristeza", que muestra "un mundo desquiciado y ajeno". Me conmovió por verdadero,, por ese "repitiéndose todo y sin remedio". Logradísimo Irene Marks
ResponderEliminarsensible relato, me gusta nucho.
ResponderEliminarclelia BERCOVICH
siempre es tan grato leerte, gracias poeta, me voy cargada de imágenes y sensaciones.
ResponderEliminar