Tristeza mortal fue su adiós.
En algún lugar ignoto y eterno, seremos lirios o fresias
en el jardín del reencuentro.
Toda nostalgia valió las manos que, en el invierno
de la existencia, me dejaron un recuerdo del tiempo en
que estuve viva. Vida sentenciada a ser tul negro
que cubre el oleaje de mi cuerpo.
Ella tenía voz de paloma.
© Mónica Aramendi
Aún en la tristeza el poema logra su hermosura.
ResponderEliminarUn gran abrazo
Betty
Un poema conmovedor, Mónica; bellamente conmovedor. Mis felicitaciones y un gran cariño.
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