A veces
la lengua se nos queda pegada
de
tanto atravesar el mismo sitio
sin
poder situarse para decir vocales,
sin
poder arquearse como una piedra limpia
con su
arista,
sin las
letras rumorosas para rozar la piel
del
cartílago dulce en el oído
de
alguien que es nuestro cómplice y ternura
para
decirnos hola, qué es lo que andas haciendo,
te
espero como al agua, como al pan amasado,
como al
tiempo que entrega su abundancia.
Ocurre
que a menudo la lengua no se acuerda
ni de
su parentesco con el mar
y se
queda varada en las orillas
del
cielo de la boca, de los dientes,
pues no
vienen las viejas consonantes
a
reclamar el próximo combate,
ajadas
como cuerpos en el sueño,
y
cuando vienen arrastran los pies, se descalabran,
caen de
sí mismas
y al
final ni se animan a pedir nueva audiencia.
Ocultas
y andrajosas
se
quedan en silencio.
Entonces
nos devora la condena.
© María
Ángeles Pérez López
Muy bueno María...Me gustó. Felicitaciones
ResponderEliminarQué bueno que en este caso las palabras no se quedaron "pegadas a tu lengua", y las soltaste e hiciste este bellísimo poema. Abrazo
ResponderEliminarLa poesía es el lugar donde coincidimos en una voz que podría ser la de todos. Es un poema que atrapa.
ResponderEliminarCon una sola palabra lo defino: Magnífico.
ResponderEliminarMaria Cristina Fervier