Arroz con leche
y el peral abrió sus flores blancas, pero caían como rayos
sobre las matas. Vi pasar un grupo de niños llevados por luciérnagas y
luego entrelazarse en una ronda. Y, pese a todo, vi a la desconocida sonreír a mi lado. Era la calidez de la
tarde, magnánima, única. Para mirarla de reojo por la ventana entreabierta;
como una niña de Balthus, esperando que empiece lo terrible.
© Mónica Cazón
ResponderEliminarAbsolutamente mágico.
Un abrazo.
Alicia Márquez
Tiene un aire ambiguo, entre lo bello y cálido; y lo turbio. Me gustó. Abrazo, Inés Legarreta.
ResponderEliminarEs tierno y oscuro: bello!
ResponderEliminarBesossss
Misterioso poema con final abierto. Abrazo, Mónica querida!
ResponderEliminarbello y siniestro, me gusta.
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