Poema de Isabel Llorca Bosco

PALMA

En un macetero de pie

persistía una palmera

de apenas medio metro.

Era de mi tía abuela

 –alta y delgadísima – 

que la cuidaba desde joven,

a la espera de unos cocos o unos dátiles

o alguna otra promesa del Oriente.

En casa el gusto  “chic”  recomendaba

no abusar de lo exótico,

pero como esa palmera ya no iba a crecer,

la respetaron siempre,

y con cierta sonrisa.

Cada vez que mi tía la regaba

le concedía un tiempo más,

(que hay que guardar

la perseverancia hasta lo último,

las palmas vacías en las manos

y el fruto para el cielo).

Era mi tía inmensamente buena

Y  –lo que no era fácil en su caso –

también amaba todo lo que florece.

En estas ocasiones la liturgia

no exige el color rojo,

que no hubo otra pasión

que la de los días desangrándose

y a la hora del sueño aquel relato

para aplazar la muerte.

Cada mañana el rito de regar la palmera.

Y esta versión infantil

de las mil y una noches,

con algo de cielo y reyes magos,

proyectaba cada año

una sombra vacía

en la blancura azucarada y llena

de la noche de enero.

© Isabel Llorca Bosco