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25/3/14

Poema de Sergio Giuliodibari


CAMPO DE LA GLORIA 

Los pibes juegan
a la pelota
en el campo de la gloria;
eluden a los fantasmas,
le hacen
un caño a los héroes,
se insultan
como alguna vez lo hicieron
los dos bandos
combatientes.
Los pibes juegan
a la pelota
porque ninguno conoce
la historia.
El pasto que arrancan
a puntinazos
alguna vez fue rojo
luego de veinte minutos
de estocadas
y hoy,
ya lavado de tanta herida,
da lugar
a las nuevas batallas
y al olvido.
Una campera deforme
marca el fin de la cancha
allí donde el coronel perdió
su primer caballo
y un habilidoso apila rivales
igual que el lancero Baigorria,
en defensa
de sus colores.
El arquero mira pasar,
indolente,
la pelota
a través de su arco improvisado
y pide el cambio:
sale San Martín, entra
el capitán Bermúdez.
El equipo ataca, retrocede,
vuelve a atacar.
Los contrarios juegan con toda
su artillería,
pero eso no sirve de nada,
de nada,
frente a un equipo joven,
convencido,
deseoso
de jugar a la ofensiva, ocupando
cada pedazo del terreno.
Hay una falta en la mitad de la cancha:
Bermúdez sale, lesionado
en la rodilla
y San Martín vuelve al campo
para dirigir a su equipo
hacia el triunfo.
Casi doscientos años
más tarde
un morochito anima
a sus compañeros
a avanzar:
los otros no dan más,
no hay que darles tregua,
están acorralados
contra su propio arco,
al pie de la barranca.
El partido termina porque cae la tarde
y la pelota no se ve,
como no se habrían visto
los sables
doscientos años antes
si la noche hubiera cubierto
el campo.
El morochito pide
la pelota.
Cabral hace jueguito,
Díaz Vélez
tira paredes,
Bouchard la toca
de rabona,
pero todos los goles los hace
San Martín.
San Martín es el dueño de la pelota.
El morochito la vuelve a pedir
y se la lleva.


© Sergio Giuliodibari

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