Poema de Norma Segades
MARÍA
SKLODOWSKA
Nació en
Polonia, el 7 de noviembre de 1867 en la ciudad de Varsovia. Para tener acceso
a la Universidad debió trasladarse a Francia. Allí descubrió el polonio y el
radio, preparó un doctorado en ciencias sobre la radiación y fue la primera
mujer que enseñó en La Sorbona. Recibió dos veces el Premio Nobel. Considerada
la mujer de ciencia más notable de la historia y una de las benefactoras más
modestas de la humanidad, murió el 4 de julio de 1934, a causa de la leucemia
provocada por su continua exposición a las radiaciones. Tenía 66 años de edad.
Sceaux –
Francia (1934)
Envuelta en los vapores que hostigaban
con sus dedos de niebla
mi garganta
cegando,
sofocando,
destruyendo
cada tenaz repudio de la sangre,
desovando su enigma entre las manos,
ofrendé mis insomnios al rastreo
y no experimenté más sensaciones
que una ansiedad por verlo,
por tocarlo,
por sentirlo a mi lado en la barraca,
por tenerlo ante mí,
como un milagro.
Así expuse el valor de mis renuncias
y así auguré la furia de los rayos
a través de espesuras minerales,
y extravié la existencia,
los relojes, el dolor,
los mareos,
el cansancio.
Y aunque escogí este sitio en lo invisible
como destino de las soledades,
mi nombre de mujer sin ambiciones
fue impugnado por celos,
fue proscrito,
fue minuciosamente invalidado
en claustros,
sociedades,
academias,
estrictos territorios de los hombres.
Soy María Sklodowska,
la polaca,
una mujer que anduvo por la vida
cubierta de virtuoso anonimato.
He venido
a entregar a los panteones
mi cuerpo lacerado por el radio
al que tanto escruté.
Traigo mi muerte
a ocupar su sitial en los silencios.
Lejos de panegíricos ociosos
y molestos honores funerarios
© Norma Segades
3 comentarios:
Impecable Norma!!
Un cariño grande grande.
Normita, hermosísimo poema/homenaje a un ser excepcional...
La belleza de un retrato está en lo que celebra: una ausencia. Y tu haces de "Slodoska" mediante ello, un vivo símbolo del amor universal.
Norma eres maravillosa haciendo esto.
Este es un poema imprescindible.
Gracias
Walter Mondragón
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