Una lúcida demencia
floreció un día
en el árbol confundido
de la credulidad.
La nube negra
de tu alma
segó el trigal
que alimentaba
una anémica quimera
me habló
con su aliento quemante
doblando el hierro
de mis palabras
como un buen samaritano
de la mentira
y yo maldije tu sombra
y tambalearon
tus raíces de piedra
y mis sueños en flor
fueron cortados
al filo
de la verdad.
La noche
degolló
el eco de tu nombre
y enterró tu hoguera
en el monte del olvido.
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