Cine
de los ojos cerrados
Luz y pasto verde
en la casa de tío Vicente y madrina Bárbara.
La mesa de madera rústica al fondo de la casa
bajo el alero
el pan, las sillas de paja.
Las gallinas picotean la tierra
los caballos duermen parados contra los árboles.
La calma es azul y el tío Vicente levanta en su brazo
la mulita despellejada.
—Decile a papi que es conejo, si no, no va a comer —me dice mamá
y yo asiento con la cabeza.
Por el hueco de la puerta veo a mi madrina poner
leña en el hornillo de barro.
Sus manos se mueven aquiescentes
como el agua de lluvia que el viento inquieta
en el fuentón de lata.
Mi viejo se sienta a la mesa
juega con un pan
le saca la miga
todo el fulgor del mediodía
nos acusa
en el mantel
en los sonidos del campo que de tan nimios
parecen desgarrar un himen.
Mi hermana no quiere complicidades.
Va a ver si los higos están maduros.
A mí me perturba que un bicho cambie
de identidad en la cacerola.
Mentiras que nos dice la muerte.
Mamá corta queso y salame
el tío viene con las manos limpias
me acosa con un juego de naipes.
Y entonces la distancia me mira
como los gauchos de las fotos
puertas abiertas por donde entra frío
babas del diablo.
Madrina ríe con mamá
risas tan parecidas
vértice de una felicidad que
vuelve
siendo otra.
Y papá aburrido de cavar túneles en el pan
pregunta por el conejo.
—Una vez comí conejo. Creo que me gustó —dice.
La luz se apaga
siempre
en los mismos instantes.
Y vienen los títulos.
Luz y pasto verde
en la casa de tío Vicente y madrina Bárbara.
La mesa de madera rústica al fondo de la casa
bajo el alero
el pan, las sillas de paja.
Las gallinas picotean la tierra
los caballos duermen parados contra los árboles.
La calma es azul y el tío Vicente levanta en su brazo
la mulita despellejada.
—Decile a papi que es conejo, si no, no va a comer —me dice mamá
y yo asiento con la cabeza.
Por el hueco de la puerta veo a mi madrina poner
leña en el hornillo de barro.
Sus manos se mueven aquiescentes
como el agua de lluvia que el viento inquieta
en el fuentón de lata.
Mi viejo se sienta a la mesa
juega con un pan
le saca la miga
todo el fulgor del mediodía
nos acusa
en el mantel
en los sonidos del campo que de tan nimios
parecen desgarrar un himen.
Mi hermana no quiere complicidades.
Va a ver si los higos están maduros.
A mí me perturba que un bicho cambie
de identidad en la cacerola.
Mentiras que nos dice la muerte.
Mamá corta queso y salame
el tío viene con las manos limpias
me acosa con un juego de naipes.
Y entonces la distancia me mira
como los gauchos de las fotos
puertas abiertas por donde entra frío
babas del diablo.
Madrina ríe con mamá
risas tan parecidas
vértice de una felicidad que
vuelve
siendo otra.
Y papá aburrido de cavar túneles en el pan
pregunta por el conejo.
—Una vez comí conejo. Creo que me gustó —dice.
La luz se apaga
siempre
en los mismos instantes.
Y vienen los títulos.
© Walter Iannelli
Walter que buen poema y que final tan inesperado.
ResponderEliminarme gusto mucho.
Un abrazo
Carmen Amato
ResponderEliminarLeí este poema en tu libro y vuelvo a leerlo ahora y siempre me parece buenísimo. "Mentiras que nos dice la muerte".
Un abrazo,
Alicia Márquez
No me fue tan inesperado el final porque en algún momento esperaba una mención al cine del título pero me pareció maravilloso, tan vívido, tan "cinematográfico" precisamente. Un encanto Walter.Felicitaciones!
ResponderEliminarLily Chavez
Me gustó muchísimo. Entré en la historia con el corazón más que con la mente, y cuando se cerró el círculo la guardé en mi interior, como hago con las películas que me conmueven. Espléndida esa frase "mentiras que nos dice la muerte". Un abrazo. Adriana Maggio
ResponderEliminarMentiras que nos dice la muerte!Por solo ese verso nada más este poema ya sería maravilloso, parte claro está de esa crónica de alegrías que va surciendo a la manera de mágica del poema.
ResponderEliminarAdmirado por tu arte
W.M