Poema de María Eugenia Caseiro

Alegaciones sin tiempo para una pierna rota

“Arriba el sol era un hueco en el cielo
por donde entraba el mediodía.”
Guillermo Cabrera Infante

Y ya no había en septiembre
jazmines descolgándose en los barandales de la siesta,
ni era capaz, la misma siesta, de abanicar el sueño;
sueño perdido ya, en la bruma del catapultazo.
Tampoco era el claro dulcísimo del mediodía
el ojo destapado del pirata en que el sol se miraba,
ni el mediodía el aparte destinado a fabricar la brisa.
Ya no había en septiembre brisa balconeándose,
sino el claroscuro remolino de la suerte.
Septiembre había vaciado su sopor sobre la gente,
y ese tufo a mordida de animal innombrable
que evoca al de las flores secas en los búcaros,
echaba su raíz en los portales
cuando el calor mordía una y otra vez las calles.
Ni un palmo de ciudad había
sin aquel estridente taconeo de los autos.
Atrás había quedado como un pan enorme
el plácido silencio de los días
hundiendo su temible mansedumbre.
La luz de los semáforos era a todos inservible.
Allí la pierna ahogaba los aullidos
de un fémur en pedazos.
-Así dice la Rice, la Martha Rice,
que no es lo mismo que decir arroz
en este castellano de ironías
para engordar el cruce amargo,
que todo inesperado ocurre siempre un martes,
"ese martes cualquiera, a las tres de la tarde"-.
Pero el día de la pierna rota no era martes,
tampoco coincidió con el horario
que eligió la navaja para cargarse a Lola.
¡Pobre Lola! ¡Ay, Lolita!,
que eso a mí no me importe,
no es tu culpa, ni de nadie.


© María Eugenia Caseiro