Texto consigna de Ana Guillot
La excusa fue el caldo, el mediodía desprejuiciado, el hervor. El hervor o la tentación de comer juntos, solos, desposeídos, lentos, perpetuables, desmemoriados. Si los dioses permitieron, permitirán. ¿O será que fueron ellos nomás los que iban disolviendo las migas entre los dedos, entre los dientes, formando una tensión en el paladar, en la ligereza de sus labios?
Esa boca, pensó. La boca de la hembra más deseada, esa boca que deja entrever lo que Helena esconde.
Están en la sala mayor, pero hay olor a caldo, a mar de albahaca, a verde. Pronto traerán la comida, y ellos están ahí, picoteando el pan, riendo. Los ojos no se detienen. Están ahí, hablando (poco), ¿de qué? ¿Qué se cuentan, qué se habrán dicho los que serán repetidos ad infinitum: la bella y el impostor, los dos desvergonzados, los amantes?
Poco dicen, pero ríen bajito. Los ojos no se detienen. Él hace un gesto pequeño, y acerca la mano. Ella se corre el cabello de la frente, lo alisa detrás de las orejas, mueve un hombro. Los ojos no se detienen. Él ve mariposas en los pechos. Ella ve rubíes en la respiración de él, entrecortada. Los ojos no se detienen. Roban los fragmentos del mediodía cálido.
Hierve el líquido en el salón vecino, pero ellos no lo ven. Sería imposible traspasar las paredes, enterarse. Ellos huelen el mar de pura albahaca. No ríen ahora, y los ojos no se detienen. Es ella la del gesto pequeño ahora. Es como si la cabeza asintiera, como si no dudara, no dudará.
Ahora están de pie (ya no permanecen sentados). Él se arrima, le tiembla en la cintura, le sopla las mariposas del pecho. Ella acaricia un rubí. Luego lo tragará. Durará todo el tiempo de este mediodía. Durará hasta hoy, que podemos mirarlos nuevamente. Durará la frecuencia de la cita, de la perentoriedad de los destinos.
Ahora ya no están ahí, en la sala, ni de pie. En lo íntimo del mundo un hombre y una mujer yacen. Resueltos a sortear la frigidez del día, a abastecerse.
Bebamos la negrura de la noche, y de todas las noches. Paris, hombre amado. Hermoso como un dios. Quiero. La soltura procaz de tus dedos, finísimos, atentos. Territorio que habrás de abarcar. Negrura de la sangre. Negrura brillosa del deseo. Paris benevolente. Quiero endulzar este viaje hasta tu tierra.
Queda, del otro lado, un esposo querible, cauto, sigiloso. Que sabe hacer la guerra, pero que calla ardores en el lecho. Menelao masticará el infierno. El huésped se escapa con su hembra. Ella consiente el embeleso, y esta navegación apocalíptica.
Me pierdo en la marea, me vuelvo pertinaz en la marea. Me bautizo de hombre, me ennoblezco. Quiero este puerto adonde me vas llevando. El entramado abierto de tu aire enjoyado en mí.
El rumor corre por Grecia, denuncia el Helesponto esta confabulación territorial. No saben. Que ella ama a Paris. La precisión de su tersura cuando desnuda el arco de sus pechos.
© Ana Guillot
Pintura: Miguel Ángel Bengochea
8 comentarios:
Ana siempre me sorprendés. Un gran cariño
Querida Ana:
"Los dinosaurios siempre permiten esa navegación apocalíptica y confabulación"...Maravilloso poema.
Beso grandote
imiaz
BUEN poema ana
aplaudo
desde graciela abrazo
Buenísima recreación de un clásimo desde tu contemplación hasta nuestros ojos Bello poema
Ana
sorprendente texto, lleno de imágenes que requieren de un gran talento para seguir las propuestas de un cuadro verdaderamente complejo. Felicitaciones.
Eduardo Chaves
Ana: Tuve la suerte de recibir tu libro en la cena. Me une a vos especialmente el amor por Saer, de la que sin duda sos su prolífica hija literaria. Este texto se enlaza con lo que hasta ahora pude leer de tu libro. Fascinante!. Leí un poema tuyo, a última hora, en la ronda de lectura.
Te saludo, poeta!
Un cariñoso saludo maria julia druille
David Antonio Sorbille dijo...
Asombroso texto, Ana. Sinceramente fascinante.
Muchas gracias a todos por sus palabras!! Me gusta compartir esta manera de encuentro, así que gracias a Gustavo también. Beso, Maju, querida! Ana
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