Silvina Vuckovic comparte a Ancalao/Calabrese/Picardo
oración para esperar el colectivo
señor de los desamparados
que esperan el colectivo
no permitas que se apague esta llamita
defendida a puro sol sobre la escarcha
que el colectivo venga pronto
pues la espera
amontona cenizas en la frente
y tengo que apalearlas y hacer señas
y asomar los ojos a la ruta
aunque las venas duden
tironeando
señor de los desamparados
que no pase de largo
como si yo no fuera capaz de andar descalza
como si yo no fuera propensa a la ternura
como si fuera una chapa
un poste nadie nada
y que no venga lleno señor
porque se salen con la suya
entonces patas y empujones
en un boleto me suicidan la sonrisa
y me resigno animal
al matadero
que no demore
señor hoy hace frío
y no llegan los sueños hasta el alma
en el filo de este riesgo
no me culpes
si abandono un segundo la trinchera
y alcanzo a maldecir
la madrugada
Ngellípun üngümafiel ti colectivo*
Üngüm colectivolechi pu
ütrüfkünuye ñi señor
chongümelkünukilnge fachi püchü lewlew
ré antümu ingkánengel llengá wenté tranglíñ
matú küpápe ti colectivo
ta üngümün lle
wirkólkey trufkén tólmew ngatí
fey mülí tañi kupáfneafielmaye maychüleal
ka lüyükünumekeal chi rüpü mew
epúrume zuámfule wüme ti pu pilkómollfüñ
wüñówitrawnewün
ütrüfkünuye ñi señor
felén rupákinolpe
topákenolu reké ta iñché tañi tritráng namúnküyawal
ayüwmakenolu reké ta iñché tañi kümé piwkéngeal
kiñe ronóngelu reké
kiñe üngkó iñínorume chémnorume
meñólen küpákinolpe señor
kizú ñi züngú mütén inánekelleyngün ngatí
feymay namúnmayew rültrékawün
ka kiñe wifká langümüymanew ñi ayén
fey tutéwnarün trüylítuwe pülé yeniéngechi kullíñ
alüñmakinolpe señor fachántü ta wütrengí
fey may chi pu pewmá nga ám mew ta puwláy
ka fachi itró küñüwun mew ngeñíñmakünukeli
püchüñma élkünufili chi rüngán
fey pepí kafküngüchatukünufili
chi epéwün
*Traducción de Víctor Cifuentes, en La memoria iluminada:
poesía mapuche contemporánea, edición de Jaime Luis Huenún, CEDMA Ediciones de
la Diputación de Málaga, 2007.
© Liliana Ancalao
RÍO DE CUCHILLOS
a Raúl Zurita
Te voy a contar una historia, amigo mío:
hace muchos años, en los años del óxido,
me enseñaron a odiar tus países.
O me pareció.
Yo no sabía qué clase de amor era el odio.
La herrumbre del puerto cegaba tus ojos,
ahí donde se enredan los ríos chilenos
con los barcos sudamericanos.
Los milicos argentinos traían
cuchillos muertos, de esos que nadan
en el plasma oscuro de las arterias
como peces desafilados.
El que no corre es un río,
pensé que decían en las llanuras tediosas.
O me pareció.
Y me molían a patadas por culpa de tus países.
Sentí asco, te digo, alguna especie de asco.
Vos escribías como los ríos
que bajan de la cordillera a los saltos
y se llevan de a poco el color de los cerros.
Los milicos chilenos venían
con sobredosis de una tierra confusa
porque esas montañas se mueven, amigo,
y la gente presiente que moverse
es una tradición del agua.
Entonces los ríos, el idioma
de la tierra cuando le habla al mar,
empezaron a correr por nuestras venas.
Eran ríos circulares y rojos
como las fronteras de dos países
que giran y se friccionan,
heridas con la forma de Chile,
manchas de humedad que parecen islas
en un mapa argentino.
Corrían y corrían los sedimentos
de aquella memoria que arde
y nos quema la piel
cuando adoptamos la forma de los poderosos.
Solamente esos ríos pueden correr
sin que los persiga una milicia de sombras
y muchos animales creen que son demonios.
Ellos también tienen la costumbre
de pisarte los talones.
Te digo que nadie nos quería
y el desamor, amigo mío,
hace desaguar a los ríos en cualquier parte.
Ojalá nos persiguieran sombras o animales
antes que esos demonios.
En los torrentes de sangre
nadie se atreve a nadar
por miedo a la mordedura de un pez oxidado
o a que te rocen esos cuchillos,
pero no falta el que cierra los ojos y se mete,
y los demás repiten, repiten.
Hasta puede resultarles dulce,
fácil de flotar, gelatinoso,
tibio como los perros amarillos de la calle
que siempre miran hacia atrás
a ver si los persigue un país de milicos.
O dos.
Vamos, que si te odian los odiados
no es amor, es matemática.
Y rezamos para que no se repita.
Los milicos me enseñaron a odiar tus países.
Por suerte no aprendí.
Aunque me persiguieron, no aprendí.
Y eso que muy pocas veces tuve suerte rezando.
© Daniel Calabrese
Picaflores
Antes de correr la cortina frente a las calas
la velocidad se congeló en el aire.
Primero fue uno borroneando las alas
en el hilo desatado ante un gladiolo.
El otro cayó al lado en rebote pausado
y giraron trenzando el tallo de la tarde.
No los habías visto hasta entonces. Luego
leíste que tienen corazones enormes
para el tamaño diminuto de sus cuerpos.
Y también
que mueren de quietud durante el sueño.
© Osvaldo Picardo
Etiquetas: Silvina Vuckovic
8 comentarios:
Hermosos poemas.
El del colectivo me hace solidarizar y rezo con ella.
Gracias Poetas
Gracias por existiir
Tres voces muy valiosas. Gracias, Gustavo, por permitirnos invitar. Felicidades, Silvina Vuckovic
Excelentes poemas.
Gracias Gustavo por esta posibilidad.
Ana Romano.
Excelentes poemas, Gracias Gustavo y Silvina por traernos una poesía y poetas que no conocía de una encarnadura muy especial. Abrazos
Gracias Silvina!! Excelentes poemas!! Ancalao me conmueve!! Calabrese es profundo como Picardo!! Liliana Corredera
Qué decir..qué enormes poetas. Bienvenidos y gracias a Silvia por acercarlos ♥️🦋
Bravo Ancalao!
Fuerza y compromiso Calabrese!
Gracias Silvina por ofrecerlos
Saludo desde Córdoba
Gracias poeta querida por este aporte! Enormes poetas! Abrazos litorales para vos y para cada uno!
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio