Ana Lafferranderie comparte a Alonso/Ayala/Elbaum
y vio, mija, cómo es a mi edad, con unos pesos,
pocos
vivir con ellos
no queda otra
que
cuidar al nieto, cocinar
hacerle de sirvienta
como cuando le fregaba los calzones
cuando era chico; era
era tan amoroso
no hacía berrinches
vio, mija, el padre
lo tenía cortito, no daba disgusto
pero
creció-se fue-se casó
y yo le dije: mirá
tenela vigilada
porque mmm no sé
no me gustaba
ninguna me gustaba
para él; le dije
le hablé del padre
pero
que no tomara, le dije
que no chupara
de la manera que había hecho él
y vio, mija
la curte a palos
le da al gurí, pobrecito
y yo, también
de vez en cuando
cobro; a veces
me vengo acá
por unos días
reparto
porque son treinta
por año
son treinta
mija, la mutualista
¡vio cómo es!
© Laura Alonso
las mujeres de mi familia
no se hablan
y si lo hacen
muestran su lengua llena de escamas
sonríen con los dientes afilados
te sirven el té
te dicen
ayer la vi a la hija del primo tal
o
el hijo de mi cuñada
o
¿viste cómo estaba la casa?
las mujeres de mi familia
están sentadas en la cocina
se lavan las manos con cloro
se pasan un mate
limpian la bombilla
con un trapo mojado con agua caliente
se lamen la herida con violencia
se lamen ahí
entre el matrimonio arreglado
y el golpe del marido
las mujeres de mi familia no se hablan
y si lo hacen
te ofrecen
una caja de bombones
llenos de veneno
© Marlene Ayala
hundimos nuestras narices en la selva
había llovido solo un rato antes.
casi todo era barro y después
verde.
verde como rayos de sol
vibrantes entre hojas
como pueden ser las nubes en los cuentos,
verde fantástico.
buscábamos el otro lado del camino,
llegar a la próxima playa
de la isla de la magia -así la llaman.
para eso
había que subir el morro:
un espiral ascendente. subimos
guiándonos por el olor a cumbre,
llenando nuestras ojotas de barro.
subiendo apareció un mono
colgado de una rama
con los brazos abandonados, como vos y yo
nos colgábamos de juegos en la plaza, de
niños.
se quedó en silencio, mirándonos
pesado de humedad. parecía aburrido.
nosotras lo miramos,
le devolvimos el momento que él nos dio
y cubiertas por ese olor dulce y amarillo, nos
perdimos.
el camino pasó a ser más salvaje, menos
definido. seguimos un surco de tierra negra
mientras los árboles se desperezaban encima nuestro
y nos rozaban con sus hojas las cabezas.
ahí caminamos descalzas, las ojotas en la mano
sentimos la textura espesa
del corazón del morro en nuestros pies
deslizándose por los dedos
aferrándose a las uñas:
la sangre de esa tierra impregnada en nuestras
piernas.
parecieron horas
hasta que se abrieron los árboles
enormemente
y apareció el cielo.
estábamos en una península, justo en el medio
de su brazo largo, que lengüeteaba el mar.
estábamos subidas a un morro enorme
y se veían dos playas, una a cada lado. el
cielo
era azul y naranja, con nubes diluidas.
nos quedamos una hora
como cumpliendo con algo, como si
hubiésemos prometido a alguien
que eso mismo haríamos: quedarnos una hora
reteniendo la cumbre
de un morro que separa dos playas
como el centro de un reloj de arena, como
el resumen de algo muy complejo
que justo en el medio se achica
y simplifica
para ser aún más hermoso.
descendimos como habiendo recolectado una
pieza
de arte antiguo que no entendíamos
pensando en otra cosa, con hambre.
ya no miramos
los pájaros que atravesaban nuestro camino
haciendo grandes piruetas entre las lianas
ni vimos a los monos vigilarnos de lejos
pero recuerdo a las hormigas
negras, con patas desplegadas
hormigas de selva
hundidas en el barro infernal, tratando de
resurgir
de esa vida instintiva y cotidiana
intentando, seguramente
extraer algo más.
© Aitana Elbaum
Etiquetas: Ana Lafferranderie
2 comentarios:
qué gusto leer estos poemas.
poemas potentes!! muy bueno!
gracias
Claudia
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio