Arroz con alcachofas
El aceite
borbotea en la sartén.
Allí he echado
dos alcachofas acuchilladas.
He convertido esas flores antiguas
en corazones abiertos,
en carne viva.
Me he dedicado después
a esperar que largaran su sangre
o su sudor,
según se mire.
Luego
he reducido una cebolla
grande
y llena de luz
a polvo,
a jugo,
a numen.
Y otra vez he llorado.
Pero tan poca cosa no me amedrenta.
Me zambullo,
con el jugo y las lágrimas,
en el aceite hirviente
y cuando todo se impregna,
paso una lluvia de arroz
de la caja a mi mano
y de mi mano a la sartén
en donde bullen
los zumos
del dolor y de la dicha.
Ya puedo esperar
que los granos se hinchen.
Sé que soportarán,
igual que yo,
una hinchazón
tres veces superior
a su tamaño.
Sólo hará falta agregar
de tanto en tanto
agua
o caldo,
un baño de mar
que les permita
transitar por el infierno
de la hornalla.
© María Teresa Andruetto
¡Qué absoluta maravilla!!!
ResponderEliminarAlicia Márquez
Excelente!
ResponderEliminarEspectacular
ResponderEliminarMaravillaaaaa
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