En su boca habitaba un mar de bandera celeste,
una ruleta rusa que no escatimaba premios,
un oasis y todos los desiertos.
Sus besos eran la biblioteca de Babel,
menos un libro;
la suma de las religiones y el agnosticismo.
Eran el pecado y, también, la redención.
Su cuerpo, la absolución y la condena.
Y yo, que nunca supe excusarme,
acepté mis culpas y
en su cárcel
pené y gocé todas mis deudas.
(SENTENCIA FIRME)
© Leandro Murciego
Esplendente en sus imágenes. Bravo Leandro! Alfredo Lemon
ResponderEliminarMe gustó muchísimo!
ResponderEliminarAplausos.
Alicia Márquez
Muy bello tu poema Leandro, emoción y belleza.
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