Llegué a la madrugada. La casa estaba fría
y dormí en la cocina. Tiré el colchón,
puse dos o tres mantas y prendí los mecheros.
Me quedé hasta muy tarde imaginando la
futura oscuridad, siguiendo su contorno.
Aunque los vidrios estaban empañados
supe que afuera helaba y bajo las estrellas
duras y relucientes, estaba yo.
Recién llego y ya empiezo a leer, sentirme
solo. No es la prueba, la que hago, ante al paisaje,
el hábito del monje quiero desarmar.
El teléfono suena en medio de la noche:
hiciste bien en irte.
Trato de ver su cara, entender lo que había,
detrás de mí ignorada decisión.
© Mario Nosotti
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