Mi abuela Carmen besaba el pan duro,
antes de tirarlo a la basura.
Era un gesto de agradecimiento,
y seguramente, de recuerdo del hambre.
Después, yo la imitaba y besaba el pan
como se besa a un gorrión muerto.
Muchos años más tarde, mi abuela Carmen
ya no besaba el pan duro.
Lo ponía en una bolsa, y la mantenía muy
firme
entre sus manos.
Cuando llegaba visita, metía la mano en la
bolsa
y ofrecía un pan
porque, al venir de lejos, seguramente
los visitantes estarían famélicos.
Algunos, los más sensibles, aceptaban el
pan
con una sonrisa.
Otros, también con una sonrisa, le decían
que no.
A esos, mi abuela no los miraba más.
© Alicia Márquez
Me conmueve Ali, en mi casa también besaban el pan, luchaban por sus sueños extrañaban otra tierra.
ResponderEliminarBello Bello. Me hubiera gustado conocerla. Flora L.
ResponderEliminarMUY BUENO!!
ResponderEliminarSaludos.
Anahí Duzevich Bezoz
Qué hermoso tu poema Alicia!
ResponderEliminarHermoso Alicia, recorrí mi niñez!!!
ResponderEliminarBello, conmovedor, empático. Gracias
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