Julius Fucik podía percibir
un campo de violetas
entre los muros
desde sus escritos
en las cárceles alemanas
de Praga.
Las olía desde los pasillos
de la prisión
y las podía traducir
en el amor a los latidos
mientras caminaba hacía
la horca.
Fucik celebraba la vida
de otros
mientras la ira de la hidra
le arrancaba la propia.
© María de los Ángeles
Fornero
Precioso poema!!
ResponderEliminarSentido homenaje. Muy bien dicho. Alfredo Lemon
ResponderEliminarQué suerte poder recordar a Julius Fucik, y qué poema fuerte. Gracias
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