La muerte disfrazada de nadador.
La última bocanada de un ahogado.
La diplomática muerte del agua.
Nada del sol
que me tocó en la frente,
ni el zorzal
profundo de monte.
Sólo el viento
que le dio caderas a la arena.
Las islas
ancladas en la lluvia.
Y el vino
que canta su coraje
en las botellas.
Sólo la noche
que brilla
en los espejos
de un faro desmantelado.
El esquemático invierno.
Este silencio
donde ninguna rama
a crujir se atreve.
Este silencio
donde soy:
Un trapecista sin redes
en la vigencia del salto.
Exclamación de pirueta errada.
El miedo de un niño
llorando en la noche.
© Alfredo Rescia
Buen poema Alfredo.
ResponderEliminarAbrazo.
AnA Romano