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16/1/24

Poema de Gabriel Francini

 

Un quieto infinito reluce un poco en la ventana.

Escucho lentamente la fragilidad del canto

de un pájaro perdido como yo.

 

De pronto, un eco se quiebra

y del cielo cae todo el mar, todo el cosmos

comprimido en esta lágrima.

 

Pasa la vida por un hueco en la nada

y yo escribo el poema más antiguo de la tierra,

el que me dice: Sol, sal y mar de luz.

 

Pasa el viento y es como un dolor

que gritaría su sombra en la noche,

confundiéndola hasta desvanecerla.

 

Desatado de limbos acuáticos,

desconocido por mi propia fe,

errabundo vago entre silencios que son sed

y se adhieren a lo descendido.

 

Noche escondida en un punto

de una línea ya borrada por un ala,

noche encendida con flores transparentes.

 

La sed, cadena rota, me libera de mí

cuando cae todo el cielo sobre el tiempo

que se adentra en lo irreal.


© Gabriel Francini


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