ADELA
“Y no quiero llantos. A la muerte hay que
mirarla cara a cara. ¡Silencio! (…) ¡A callar he dicho! (…) Las lágrimas cuando
estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de
Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho!
¡Silencio!”
Federico García Lorca
su cuerpo cuelga
como un pañuelo limpio
y tiembla
alucinada
por las plumas de los ángeles
su pelo
sus ojos
eternamente abiertos
exploran la extrañeza
de una muñeca de trapo
Dicen que Adela se vistió de verde, cuando
aún no estaba frío el cadáver de su padre, que
atravesó los patios para mostrarle su ropa a las gallinas, y que danzó
de dicha en torno a las higueras, tan feliz como si nadie hubiera muerto.
Dicen que era así: primitiva y alocada como una gacela.
silencio
mi hija
es un espejo de las algas
demasiado pura
demasiado niña
demasiado frágil
aletea
como una advocación de la Virgen
o como un pájaro extraviado
Dicen que hilvanaba el ajuar de su hermana como una centella de maldad. Dicen
que el odio destrozaba las agujas, que afilaba las tijeras, que escudaba su furia en un dedal.
Dicen que el demonio golpeaba su ventana
como un caballo en celo, que corría a la intemperie y se abrasaba entre sus
abrazos. Dicen que se arrodillaba frente a él y que él le acariciaba el pelo,
que mudaba su piel como las víboras, cuando él le manoseaba los pezones y se
fundía en ella. Sanguinario y bestial,
el hombre. Puta y ponzoñosa, Adela.
silencio
que nadie diga que mi hija
es un estropajo que ahorcó la culpa
que
nadie diga que el pecado
se abrojaba en su corpiño
que el mundo ignore el sacrilegio
que trepaba por sus piernas
como una planta rastrera
o un crucifijo embarrado
Dicen que el hambre le azotaba el sexo y
que no podía resistirse, que ella era la estopa y él era el viento, y que el
fuego se encendía cada vez que se miraban. Dicen que se apareaban como gatos
alumbrados por la luna.
silencio
que toquen las campanas en cada amanecer
y que recen letanías a su sangre invicta
que nadie sepa que su vientre se
cubrió de cardos
y que las manos de un varón
se endiosaron en sus nalgas
Dicen que no menstruó ese mes ni al mes
siguiente. Dicen que amaba a su madre como se ama a un carcelero, que odiaba a
sus hermanas, que rondaba por las noches como una pesadilla. Dicen que escuchó los disparos y creyó que
Bernarda le había acertado a su hombre. Dicen que entonces se estampó en la muerte como quien tira un feto
a las aguas de un arroyo.
silencio
silencio
he dicho
Dicen que desde entonces nadie tiene paz.
© Daniel Ruiz Rubini
Magnífico teatro poético en tu escritura Daniel. Gran homenaje a Federico. Saludo desde Córdoba Alfredo Lemon
ResponderEliminarDaniel!!! qué concierto de imágenes. Espectacular.
ResponderEliminarTe aplaudo
claudia