Lloronas
Dos besos llevo en el alma, Llorona
Que no se apartan de mí
El último de mi madre, Llorona
Y el primero que te di
Señor, mi Señor, mi Gran Señor,
¿Por qué no escucháis los presagios?
La soberbia se lo impide,
A él, Moctezuma, sólo pueden vencerlos los
dioses.
Este hombre pálido, Hernán Cortés,
y los suyos,
extrañas siluetas con seis patas y dos
cabezas,
este hombre pálido es un emisario de
Quetzalcóatl,
Él va a encender el Fuego Nuevo y
poner fin a los enfrentamientos internos.
Se merece todos los honores y nuestro
respeto.
Señor, mi Señor, mi Gran señor.
Mucho de lo grabado en los códices sagrados
se ha cumplido,
Durante una sutil llovizna, con furia un
relámpago
abatió uno de nuestros templos
y otro hecho de piedra
se prendió fuego desde sus entrañas
y no hubo agua que sofocara el incendio.
Sin altares en su honor, los dioses no nos protegen.
Señor, Mi señor, mi Gran señor,
¿No os parece extraordinario
que una llama de fuego goteara rojo en el cielo?
¿Que
sin viento alguno se agitaran las aguas del lago Texoco,
y las marejadas ardieran en llamas?
¿Que llovieran estrellas del poniente al
oriente
cuando todavía brillaba el sol?
Los sabios mexicas están estudiando las
estrellas
cuando un grito lacerante atraviesa la luz
del plenilunio.
Señor, mi Señor, mi Gran Señor,
por
favor, escúchadla:
Cihuacoatl está llorando y vociferando la
inminente tragedia:
“¿Adónde irán, adónde los podré llevar para
que escapen a tan funesto destino? Hijos míos, están a punto de perderse.”
El grito de la fantasmal silueta blanca con
una larga cola vaporosa
va expandiéndose en los valles, rebotando
contra los templos y los cerros,
escurriéndose más allá del horizonte.
Moctezuma no escucha; el genocidio está por
desatarse.
A medida que se aleja, siglo tras siglo
después de la caída del imperio,
la diosa engendra miles de Lloronas que
deambulan por las noches
sollozantes de dolor por sus hijos muertos o
perdidos.
No sé que tienen las flores, Llorona
Las flores de un campo santo
Que cuando las mueve el viento, Llorona
Parece que están llorando.
María Cristina Di Bernardo
PENAS DE AMOR
Hace tiempo que pienso que el amor
es un precioso lujo prescindible,
algo maravilloso pero no indispensable
para seguir viviendo cada día
−quizá me acostumbré a la soledad
o la decrepitud ha empezado a engullirme−
y eso que tengo escritos unos cuantos
poemas
que hablaban del amor y eran sinceros.
Ahora sin embargo creo que son un lujo
esas penas tan dulces del amor,
esas que hacen llorar pero te envuelven
con la cálida manta de los sueños.
Y es que ahora pienso que tan solo sufren
penas de amor los que no tienen otras,
los que aún no han cubierto
su cupo de dolor y no lo saben.
Que llorar por amor es un lujazo
para llenar insomnios en las noches de luna
y abrazarse a la almohada como si fuera un
cuerpo.
Las penas de verdad son otra cosa.
Ana Mantojo
Cuando marzo dice a gritos
que hay que volver a la escuela
sus ramas han florecido
en ramillete de estrellas.
Yo creo que se disfraza
con mameluco de erizo
por si algún chico que pasa
saca una flor sin permiso.
Y aunque tenga su barriga
vocación de alfiletero,
no es preciso que lo diga:
¡Él prefiere ser florero!
Por eso cada mañana,
muy feliz se despereza
pues Dios lo puso en la tierra
para brindar su belleza.
María del Carmen Reyes
Gracias Neri y a tus poetas invitadas. Abz, Gus.
ResponderEliminarGracias Neri Thomas!
ResponderEliminarHermosos poemas
Gracias a los tres.
Hermosos poemas los tres, querida Nerina. Un abrazo para les poetas presentados y otro para vos.
ResponderEliminarVero Capellino
Felicitaciones por tus invitados, Bella Nerina! Abrazos!
ResponderEliminarGracias Gustavo por tanta labor distinguida!! Sin palabras!!!
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