Contra la tarde anaranjada
se recuestan
las torres del Fuerte.
Parece un pueblo tranquilo
aquel que se yergue
cruzando la avenida.
De niña pensaba
que eran indios
los habitantes de Fuerte Apache.
Como en una película de cowboys
imaginaba
los torsos desnudos
las plumas en el pelo
caballos, flechas, lanzas.
Las viejas del barrio decían
que cuando Perón
les regaló las casas
ellos hicieron fogatas con el parqué
y casi pude verlos
alrededor del fuego
bebiendo y cantando
toda la noche.
En febrero y marzo
los pibes del Fuerte
eran los mejores del corso
los más ágiles
los danzarines
los reyes del Carnaval.
Y cuando llovía
–¡ay, cuando llovía!–
y era un río la General Paz
muchos iban
a lanzarse de cabeza
desde el puente
porque
los pibes del Fuerte son delfines
cocodrilos
carpinchos
yaguaretés.
A veces
sacuden la noche a los tiros
porque escapan
o porque están de fiesta.
Y en Navidad
a las doce en punto
encienden bengalas
cañitas voladoras
y el cielo se ilumina para todes.
© Jorgelina Soulet
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