Dios de las cosas, oscuro señor
de lo innombrable, habita también aquí,
en este ser creado para buscarte,
en este mendigo que atraviesa la noche
cantando,
desafiando tu firme consolidación
occidental y cristiana, tu toga púrpura
y tu presunción de universo. Yo sé que
estás
impreciso, no formulado, disuelto
en la algarabía del caos,
ese siempre posible
no traducido a la imagen,
no consolidado tras la iconoclasta
barba benéfica, viril y mansa: demasiada
perfecta
para lo que verdaderamente sé de ti.
Sé de ti que mueres en los límites
de todo como una ola interminable,
pero anulada ya desde su principio.
Sé también que danzas y tiemblas,
que desciendes hasta el fango
y que te embarras con pulcritud divina,
con clara conciencia de casta. Y sé
que coqueteas como una prostituta vieja,
que suplicas ya sin dignidad posible
para ser finalmente habitado.
Yo sé que te quemas helado en el vacío
lleno de todo que eres, en esa pretendida
existencia de las enumeraciones, nombres
puestos a designar las partes de tu cuerpo.
Sé que te balanceas insomne por la noche,
acosado por los perros y sé que huyes de ti
y caes a este rincón donde te escribes,
donde formulas un lamento seco
y vuelves luego hastiado a sostener
la trama del universo.
© Néstor Fenoglio
Inquietante plegaria. Muy bien escrita, sentida... Alfredo Lemon
ResponderEliminarHermoso, gracias, Irene.
ResponderEliminar¡Gracias, Gustavo! (el Fenoglio).
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